martes, 15 de junio de 2010

¿Internet lo hace más inteligente?

Por Clay Shirky, para WSJ
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Los medios digitales han facilitado, abaratado y globalizado la creación y diseminación de texto, sonido e imágenes. La mayoría de los medios de comunicación disponibles públicamente es creada por personas que entienden poco de los estándares y prácticas profesionales de la industria. Estos principiantes que producen una cantidad incalculable de contenido mediocre corroen las normas de calidad y de lo que es aceptable, lo que conlleva a un incremento de las predicciones de caos incipiente y colapso intelectual.

Pero no es de sorprender, siempre es igual. Cada vez que aumenta la libertad para crear o consumir medios —desde libros hasta YouTube— la gente acostumbrada a las res tricciones del viejo sistema se alarma, convencida de que los nuevos medios de comunicación convertirán a los jóvenes en estúpidos.

A medida que la imprenta de Gutenberg se expandía por Europa, la Biblia se tradujo a idiomas locales lo que produjo una avalancha de literatura contemporánea, en su mayoría mediocre. Versiones vulgares de la Biblia e inoportunas obras seculares avivaron el malestar religioso y la confusión cívica, lo que propició acusaciones de que si la prensa escrita no se controlaba, conduciría al caos y a la desintegración de la vida intelectual.

Por supuesto, estas afirmaciones resultaron ciertas. La imprenta alimentó la Reforma Protestante, lo que de hecho acabó con el control paneuropeo de la Iglesia sobre la vida intelectual. Lo que los detractores de la imprenta no se podían imaginar es lo que vino después: nuevas normas alrededor de la naciente y abundante literatura contemporánea. Novelas, diarios, revistas científicas, separación de ficción y no ficción, todas estas innovaciones se crearon durante el colapso del sistema de escritura, e incrementaron —en lugar de menguar— el alcance y la producción intelectual de la sociedad.

En la actualidad, experimentamos una explosión de capacidad de publicación similar, donde los medios digitales enlazan a más de mil millones de personas en la misma red. Esto, a su vez, nos permite explotar nuestro superávit cognitivo, el billón de horas anuales de tiempo libre que la población culta del planeta necesita emplear en las cosas que le interesan.

Wikipedia tomó la idea de la evaluación de pares (el feedback y la participación de otros) y la aplicó a voluntarios en una escala global, convirtiéndose en la obra de referencia en inglés más importante en menos de 10 años. Por ejemplo, el tiempo acumulado dedicado a crear Wikipedia —unos 100 millones de horas de pensamiento humano— lo emplean los estadounidenses cada fin de semana simplemente viendo comerciales de televisión. Para crear nuevos y excelentes recursos educativos tan sólo se necesita un cambio fraccional en la dirección de participación.

De igual forma, el software de código abierto, creado sin control gerencial de los trabajadores o propiedad del producto, ha sido crucial para la expansión de la web.

Por supuesto, no todo lo que le importa a la gente son proyectos loables. Siempre que los medios de comunicación se hacen más abundantes, la calidad promedio cae rápidamente. En la historia de los medios impresos, las quejas sobre distracciones han sido endémicas. Hasta alguien que se benefició de la imprenta, Martín Lutero, protestó: "La multitud de libros es un gran mal. No hay control del límite a esta fiebre de la escritura".

La respuesta a la distracción, entonces y ahora, fue la estructura social. Leer es un acto antinatural; no estamos más desarrollados para leer libros que para usar computadoras. Las sociedades alfabetizadas se educaron invirtiendo, cada año, grandes recursos para enseñarles a leer a los niños. Ahora, nos corresponde determinar qué respuesta necesitamos para desarrollar nuestro uso de las herramientas digitales.

El argumento de que los medios digitales causan estupidez asume que fracasaremos en nuestro intento de integrar las libertades digitales en la sociedad tan bien como cuando integramos la alfabetización. Esta suposición se apoya en tres creencias: que el pasado reciente fue un punto álgido glorioso e irremplazable del éxito intelectual; que el presente sólo se caracteriza por las tonterías y no por los experimentos nobles; y que esta generación de gente joven no logrará inventar normas culturales que hagan por la abundancia en Internet lo que los intelectuales del siglo XVII hicieron por la cultura de la publicación de obras. De igual forma, éstas también son tres razones para pensar que Internet fomentará los logros intelectuales de la sociedad del siglo XXI.

La década a la que los pesimistas quieren devolvernos es la del 80, el último período antes de que la sociedad tuviera libertades digitales considerables. La red restaura a la lectura y la escritura como actividades centrales en nuestra cultura.

El presente se caracteriza por la gran cantidad de artefactos culturales desechables, pero lo bueno es que se acaban descartando. No se trata de si hay muchas cosas estúpidas en Internet, las hay, al igual que hay muchas cosas bobas en librerías. El tema es saber si existen cosas tan buenas en la actualidad que sobrevivirán en el futuro. Varios usos iniciales de nuestro excedente cognitivo, como el software de código abierto, parece que pasarán el examen.

El pasado no fue tan bueno, ni el presente tan escabroso como sugieren los pesimistas, pero la única cosa que merece la pena discutir es el futuro. Así como la educación fue una respuesta a la prensa, Internet podría demandar nuevas instituciones culturales, no sólo nuevas tecnologías. La tarea ahora es experimentar con nuevas formas de usar un medio que es social, ubicuo y barato, un medio que cambia el panorama al distribuir libertad de prensa y libertad de asamblea de una forma tan amplia como la libertad de expresión.

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¿Internet lo hace más tonto?
Por Nicholas Carr para WSJ

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El filósofo romano Séneca lo explicó muy bien hace 2.000 años: "estar en todas partes es estar en ninguna parte". Hoy en día, Internet nos ofrece un fácil acceso a volúmenes de información sin precedentes. Pero una evidencia científica cada vez mayor sugiere que la red, con sus constantes interrupciones y distracciones, también nos está convirtiendo en pensadores superficiales y aislados.

El panorama que surge de estos estudios es terriblemente preocupante, al menos para cualquiera que valore la profundidad, en lugar de sólo la velocidad, del pensamiento humano. Los estudios muestran que la gente que lee textos repletos de enlaces entiende menos que quienes leen texto lineal tradicional. La gente que ve presentaciones multimedia se acuerda de menos detalles que aquellas que reciben la información de una forma más sosegada y centrada. Quienes reciben constantemente correos electrónicos, alertas y otros mensajes entienden menos que las personas capaces de concentrarse. Y la gente que hace muchas tareas simultáneamente es menos creativa y menos productiva que quienes hacen una cosa a la vez.

El hilo común de estos problemas es la división de atención. La riqueza de nuestros pensamientos, nuestras memorias e incluso nuestras personalidades dependen de nuestra capacidad para enfocar la mente y mantener la concentración. Sólo cuando prestamos gran atención a una nueva información podemos asociarla "de modo significativo y sistemático con el conocimiento ya arraigado en la memoria", escribe el neurocientífico Eric Kandel, ganador de premio Nobel de Medicina. Estas asociaciones son esenciales para dominar conceptos complejos.

Cuando sufrimos constantes interrupciones y distracciones, como suele pasar cuando navegamos en Internet, nuestros cerebros son incapaces de forjar las sólidas y extensas conexiones neuronales que dan profundidad y distinción a nuestro pensamiento. Nos convertimos en simples unidades de procesamiento de señales, guiando rápidamente partes de información inconexas dentro y fuera de la memoria a corto plazo.

En un artículo de la revista Science el año pasado, Patricia Greenfield, una reconocida psicóloga evolutiva, revisó decenas de estudios sobre cómo influyen en nuestras capacidades cognitivas las diferentes tecnologías de los medios de comunicación. Algunos de los estudios mostraron que ciertas actividades informáticas, como los videojuegos, pueden mejorar "las capacidades de conocimiento visual", al aumentar la velocidad a la que la gente puede cambiar su foco de atención entre íconos y otras imágenes en las pantallas. Sin embargo, otros estudios determinaron que estos rápidos cambios de enfoque, incluso si se realizan correctamente, provocan un pensamiento menos riguroso y "más automático".

Greenfield concluyó que "cada medio desarrolla algunas capacidades cognitivas a costa de otras". Nuestro creciente uso de medios basados en pantallas, dijo la experta, ha fortalecido la inteligencia visual-espacial, que puede mejorar la capacidad de hacer tareas que implican seguir muchas señales simultáneas, como el control del tráfico aéreo. Pero este proceso se ha visto acompañado de "nuevas debilidades en nuestros procesos cognitivos de mayor importancia", incluyendo "vocabulario abstracto, atención, reflexión, resolución inductiva de problemas, pensamiento crítico e imaginación". En una palabra, nos estamos haciendo más superficiales.

Sería una cosa si los efectos adversos desaparecieran cuando apagamos nuestras computadoras y teléfonos celulares. Pero no es así. La ciencia ha descubierto que la estructura celular del cerebro humano se adapta fácilmente a las herramientas que usamos, incluyendo las que encuentran, almacenan y comparten información. Al cambiar nuestros hábitos mentales, cada nueva tecnología fortalece ciertas vías neuronales y debilita otras. Las alteraciones celulares continúan moldeando la forma en que pensamos incluso cuando no estamos usando la tecnología.

En todas estas navegaciones y búsquedas en Internet, lo que parece que estamos sacrificando es nuestra capacidad para usar formas de pensamiento más tranquilas y atentas que promueven la contemplación, la reflexión y la introspección. La web nunca nos anima a disminuir la velocidad. Nos mantiene en un estado de perpetuo movimiento mental.

Comparar los efectos cognitivos de Internet con los de una tecnología de la información previa —el libro impreso— es revelador, y desalentador. Mientras que la web dispersa nuestra atención, el libro la concentra. A diferencia de la pantalla, la página promueve la reflexión.

Leer un gran número de páginas nos ayuda a desarrollar un tipo raro de disciplina mental. Después de todo, la tendencia innata del cerebro humano es estar distraído. Nuestra predisposición es estar conscientes lo máximo posible de todo lo que nos rodea. Nuestros cambios de enfoque rápidos y reflexivos fueron alguna vez cruciales para nuestra superviviencia. Reducían las posibilidades de que un depredador nos sorprendiera o que pasáramos por alto una fuente de alimentos.

Leer un libro es practicar un proceso de pensamiento antinatural. Tenemos que forjar o fortalecer los vínculos neuronales necesarios para contrarrestar nuestra distracción instintiva, logrando así un mayor control sobre nuestra atención y nuestra mente.

Es ese control, esta disciplina mental, la que nos arriesgamos a perder al descifrar cada vez más tiempo a Internet. Si la lenta progresión de las palabras en las páginas impresas frustró nuestro deseo de ser inundados por la estimulación mental, la web lo satisface. Nos devuelve a nuestro estado natural de falta de concentración, con muchas más distracciones de las que enfrentaron nuestros antepasados.

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