lunes, 11 de junio de 2012

Los libros cambian la historia de la piratería digital

En el campo de la piratería digital, el mundo editorial se está defendiendo mucho mejor que la industria de la música.
Hace 10 años, las casas disqueras creían que habían vencido a la piratería cuando el enormemente popular Napster —un servicio que permitía encontrar y descargar canciones en línea— se declaró en bancarrota. En ese momento, las ventas anuales de música en Estados Unidos habían caído a unos US$2.000 millones, luego de alcanzar un pico de US$14.500 millones en 1999. Las disqueras culparon a Napster y afirmaron que la empresa alentaba la violación de derechos de autor. Desde entonces las ventas han caído otros US$5.500 millones, lo que representa una baja total de más de 50%.
Brian Stauffer
El negocio de los libros ahora está más avanzado en su propia historia digital que el de la música cuando desapareció Napster. Ambas historias comenzaron cuando los medios digitales se volvieron portátiles. En el caso de la música, eso fue en 1999, cuando las discográficas fueron derrotadas en una batalla legal para prohibir los reproductores de MP3. Para los libros, el hito fue el lanzamiento del Kindle en 2007.
El negocio editorial ha tenido un comienzo mucho mejor. Ambas industrias registraron una caída de alrededor de 20% en ventas físicas cuatro años después de sus respectivos inicios digitales. Pero las ventas de libros electrónicos han compensado ampliamente la disminución en las ventas de papel, a diferencia de las ventas de música digital, que se mantuvieron testarudamente cercanas a cero durante años.
Esto no prueba que los amantes de la música sean unos delincuentes. Más bien, muestra que venderles a los primeros en adoptar una nueva tecnología es una buena decisión. Las editoriales lo hicieron, a diferencia de las casas disqueras, que esencialmente insistieron en que la primera generación digital o bien robara música en línea o se quedara por completo sin música.
Siendo uno de los primeros emprendedores de la industria musical en línea, recuerdo bien esta desastrosa estrategia. En 1999, fundé Listen.com, con la esperanza de que la industria de la música adoptara pronto la floreciente Internet como un formato, de la misma manera en que antes había adoptado los CD, casetes, cintas de ocho pistas y tres velocidades diferentes de vinilos.
Pero las discográficas recibieron al primer reproductor masivo de MP3 —el Diamond Multimedia Rio— con una demanda judicial. La industria argumentó que dudaba "que hubiera un mercado para aparatos MP3 más allá que las miles de miles de canciones ilegales en Internet".
Observe la palabra "miles". El tráfico de música ilícita era insignificante en comparación con los cientos de millones de canciones que ahora circulan por Internet. El debut de Napster se produjo casi un año a destiempo, y la práctica de compartir archivos era desconocida fuera de los círculos técnicos o universitarios.
Lo que realmente causó entusiasmo respecto a los reproductores de MP3 fueron los US$75.000 millones que los estadounidenses habían gastado en CDs hasta ese momento. Los MP3 podrían lograr que esa amplia inversión de los consumidores fuera más valiosa al permitir que las colecciones de música fueran mucho más portátiles y combinables.
Pero las discográficas buscaron infructuosamente proteger al CD a través de una prohibición que fue rechazada por una corte en 1999. De no haber sido así, es poco probable que se hubiera inventado el iPod. Y eso habría descarrilado la cadena de productos e innovaciones que llevaron a la reinvención de los teléfonos celulares y las computadoras portátiles que electrizan al mundo actualmente.
Los consumidores ansiaban nuevas canciones digitales, ya que la capacidad de sus reproductores de MP3 se expandía de decenas de temas a miles. Las grandes disqueras no podían prohibir los aparatos, pero tampoco estaban dispuestas a vender canciones que se pudieran reproducir en ellos.
Para ese momento, la música digital se expandía exponencialmente. La popularidad de Napster creció a pasos agigantados, mientras las discográficas insistían con su boicot de la música digital. Fue así que millones de consumidores descubrieron de forma ilícita las grandes ventajas de la música digital.
Para cuando los sellos musicales otorgaron las primeras licencias para escuchar canciones en línea, el mercado sólo quería descargas, algo para lo que las disqueras recién otorgaron licencias en 2003, casi cinco años después de que aparecieran los reproductores de MP3.
Las licencias se expandieron rápidamente a partir de ese momento, pero el daño ya estaba hecho.
Los libros digitales, en cambio, tuvieron licencias y no demandas judiciales desde el principio. Las editoriales pueden enfrentar desafíos actualmente, pero como me dijo un observador de la industria: "Al menos no nos auto-inmolamos".
—Reid fundó Listen.com, la empresa que creó el servicio de música Rhapsody.

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